Antes del alba había
despertado varias veces don diego. Tenía la corazonada de alguna desgracia en
el pueblo. Una lechuza, desde los pretiles de la parroquia ululaba agorera. Se
disponía a enfundarse nuevamente en las mantas –después de estirar piernas y brazos
y rebuscar con un ojo entreabierto la claraboya que daba al cielo todavía con
estrellas-, cuando unos pasos perdidos y luego sobre las baldosas de la
banqueta, le mantuvieron en vigilia.
Alguien golpeaba sobre la
madera de su ventana: silencio.
Otros golpes y una voz:
-¡Ave maría purísima!
-sin…pecado… original –rezongo
el alcalde.
-¡señor don diego, señor don
diego!
-¿Quién es y que quiere a
estas horas?
-soy el aguacil segundo, con
la nueva de…
-¿Qué esta boqueando?
-¡guárdesele a cada uno su justicia!
¡Despierte al fiscal!
Llego el señor fiscal con un
libro bajo el brazo. Salió de la casa don diego envuelto en una manta. Ya por
las orillas se unieron algunos vecinos curiosos. Un crimen, bajo la
tranquilidad de un pueblo, era un acontecimiento de relieve conmovedor.
A corta distancia de puente de
guaricho, cerca de un olmo, estaba tendido boca abajo un cristiano. Vestía
chaparreras de gamuza y camisa de estameña rasgada en diversas direcciones.
Tres heridas, que parecían hechas con puñal o verduguillo, indicaban que había
sido atacado a mansalva y fieramente. Alguno de los presentes comento: “todavía
resuella”; otro dijo con entonación fatal: “¡está bien tieso!”; y no falto otro
dijo quien exagerara: “ya jiede”.
Don diego se acerco a la
victima e hizo una indicación al relator para que estuviera dispuesto a anotar.
Y luego dijo en alta voz.
-¿alguno de los que están aquí
sabe el nombre y apelativo de este cristiano?
Se adelanto Cosme reyes, el
lechero de la sauceda, y aquietándose el sombrero, dijo:
Con licencia. Es Crescenciano veloz, mayordomo
del jaral de en medio. Ayer lo vide mercando sus avíos en el pueblo.
-¿jura por dios decir la
verdad? Haga la señal de la cruz.
-juro no ser de malicia y lo
necesario…
Al centro del gentío, con
estentórea voz, don diego grito tres veces:
-¡Crescenciano veloz, mando y
ordeno que te levantes!
Después de un silencio largo y
rencoroso el alcalde se inclino para examinara la victima; removió con cuidado
las tiras de la camisa y observo unas tras otra las heridas. Por cuartas y
gemes midió las distancias e incorporándose dicto al relator:
“yo diego romero, alcalde
primero del pueblo de lagos, a los días tantos de tantos…”
“a las cinco de la mañana se
me ha dado la novedad de… y para proceder prontamente me traslade en compañía
del fiscal nombrado para este pueblo y su comprensión y del infrascrito relator
para dar testimonios que obran en dicha causa…”
“a seis y media varas, poco
mas, poco menos, de la cerca del potrero de las golondrias y junto al arroyo
del guaricho encontré tirado un hombre como de cuarenta años en mala postura,
con tres heridas hechas con un instrumento cortante y punzante y que lo
traspasan de espalda a pecho y una más debajo. Delas dichas heridas la primera
habiéndole interesado la paletilla siniestra sale debajo del sobaco; la segunda
con dos orificios interesando menor, y la ultima en la nalga con salida por la
ingle atravesado la parte posterior de la rabadilla…”
“por cuya razón y habiéndole
interpelado tres veces por dicho nombre y apelativo, en alta voz y ante los
dichos testigos, como no respondiera ni se le viera muestras de aliento, lo
declare formalmente muerto, rezando un páter noster por su anima…”
“y para que conste, lo pongo
por diligencia ante el señor fiscal, quien en vista de ello determinara lo que
estimen en justicia y fuere de superior agrado… pueblo de lagos…” etcétera.