A todos los moradores de la villa
sorprendió este bando, según aviso que se dio al publico por la voz de un
pregonero:”orden del señor alcalde: desde hoy, el que tenga puercos que los
amarre y el que no que no”.
¡El que tenga puercos que los amarre y el
que no que no! ¿Qué secreto entrañaba tan absurda disposición? Alguien pensó
que tenía su origen en el descuido de algunos vecinos que permitían que sus
animales domésticos-burros, cerdos, gallinas-, pastaran y picotearan a ciencia
y paciencia de todo mundo en el solar dispuesto para plaza de armas, frente a
las casas consistoriales. Al principio todos acataron la disposición y tiempo
después advirtieron que en ese caso don diego había dado una orden que bien
podría ser catalogada entre los más luminosos principios de derecho.
El ordenamiento obedecía a que se habían
avecindado en lagos gentes que tenían la imprudente costumbre de amarrar a los
cerdos… ¡pero solo a los ajenos!
En otra ocasión don diego hizo conocer a
los habitantes que las casas que se alquilaran debían tener, en parte visible,
la oferta y precio.
En una casa de bajos soportales, junto al
convento de pobres capuchinas, apareció, ante los sorprendidos laguenses este
letrero:
“esta
casa se renta en 15 reales; si regatean mucho en 13, ultimo precio 10”.
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