lunes, 11 de junio de 2012
A EMPUJAR
El sol dentro de la parroquia seguía siendo un problema; por otra parte, atrás del templo quedaba un espacio muy amplio y mejor orientado para el mayor lucimiento del mismo.
Al fin se tomo el acuerdo de citar a todo el vecindario –hombres, mujeres, niños- una madrugada, a fin de empujarlo. Hacia un frio que penetraba hasta la medula. Y todos los que iban llegando venían envueltos en jorongos. Quien esta maniobra dirigía y –podemos suponer fue el alcalde- dio la orden de que todos los hombres dejaran en hilera las cobijas y los sombreros. A una señal convenida, todos con entusiasta acopio de fuerza, empezaron a empujar la mole de cantera.
Podemos suponer las energías y el tiempo gastado en tan inútil empresa. El sol ya había a reforzar el sudor de todos cuando alguno, impaciente por el blando almuerzo, se atrevió a mirar hacia las cobijas. Al extender la vista a sus espaladas no distinguió una sola. Sin más dio la voz de alarma.
-¡Epa! ¡Aguárdense! Ya es mucho lo que la empujamos. ¡Ni siquiera una cobija se divisa!
En efecto, no quedaba ninguna. Un listo, de los que nunca faltan en las grandes empresas populares .desde las cruzadas hasta nuestros días- había aprovechado ese tiempo llevándose tan cálido cargamento.
(Permítaseme aquí un comentario. Esta conseja, que guardo por muchos años la fama de los laguenses celebrando su ingenioso procedimiento para mover construcciones, ha quedado opacada y sin mayor relieve. Desde que se supo que ya en Guadalajara el ingeniero Jorge matute Remus podía empujar los edificios, ha perdido su rasgo privativo que consistía en revelar un procedimiento que se estimaba exclusivo de lagos. Cierto resentimiento de los buenos vecinos me obliga a consignarlo aquí).
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