Una tarde se
encontraba platicando sobre los pretiles del puente, unos albañiles. El
capellán de la luz salió de su casa, en un costado del templo, y venia hacia el
puente al grupo de albañiles, una ráfaga de la otra banda. Al pasar frente al
grupo de albañiles, una ráfaga de viento le arranco el bonete, y tras de
describir caprichosos arabescos en el aire, fue a caer al rio, en un macizo que
formaba un banco de jaritas rodeado por agua, muy afligido el señor capellán ya
se disponía a volver a su casa cuando uno de los albañiles le propuso:
-no se apure
su paternida: orita se lo subimos. A ver tu Indalecio, y tu francisco y tu- se
dispusieron todos sus compañeros a ayudarlo-, ¡hagamos una cadena…!
En efecto.
Tomándose del pretil y resbalando hacia el exterior del puente, pronto bajo el
segundo quien se sujeto a los pies del primero y así hasta llegar al cuarto. La
cadena humana se hacía cada vez más pesada; sobre todo, para y parecía que se
le dislocaban pies y manos. Entre pujos y resoplidos pidió angustiado:
-¡espérenme!
¡Voy a soltarme tantito pa´echarme una escupida en las manos y ansi agarrarme
mejorrrrrr!
… tras la
idea unió la acción. Apenas se escucharon las “erres” semi-finales…
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