jueves, 5 de julio de 2012

LAS ESCRITURAS



Gentes antiguas cuentan que cuando la inundación “grande” estuvo a punto de llevarse más de media ciudad, los vecinos sobrevivientes se refugiaron en la colina de la calavera, donde más tarde se edificaría el templo del calvario.
  La luz violeta del relámpago latigueaba el horizonte allá por la sierra de comanja; la lluvia había calmado, no así le creciente devastadora coronada con encajes de espuma. “trai mas agua la corriente” –decían los de la otra banda.
Al atardecer se veía gran parte del pueblo arrasado por el agua.
Entre la multitud apiñada en el cerro había angustia, agitación, exclamaciones:
-fulano: ¡ya tapo el agua tu casa!
-ni me puede; ¡la tenia hipotecada don Dimas!
-nomas vean: apenas se divisa la puntita del campanario del pirul.
-de la otra banda no se salvaron ni las ranas.
-mira, zutano, como flota tu vaca josca.
Y en aquella agitación solo una anciana, con su rebozo goteante, permanecía sin mirar hacia el mar cenizo que todo lo cubría.
Sentada sobre una piedra parecía no darse cuenta de los sucesos a su alrededor. Alguno de los vecinos de la otra banda al fijarse en ella se acerco para preguntarle:
-pero doña margarita; ¿Qué le tantea? ¡Uste tan confiada! Ya de su casa no se miran ni las ramitas del mezquite…
-que se haga la volunta de dios… -repuso en tono pausado.
-¡válgame! Es lo único que le queda ¿y ni apuración le llega?
Como si no quisiera que los demás oyeran, lo llamo para que se acercara. Metió la mano entre la camisa y de sus senos flácidos y rugosos saco unos papeles. Con ojos de triunfante malicia le dijo:
  -no, hijo; no soy tan confiada. No me importa que el agua arrastre con mi casa. ¡Alcance a cargarme las escrituras!

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