Cuando se termino la construcción de la parroquia,
en cantera rosa, no falto quien pusiera reparos a la obra. El primero en
hacerlo fue el lugarteniente de cura quien, al decir misa de ocho, se molestaba
por unos rayos de sol que caían directamente al misal cuando leía el evangelio.
Expresarlo públicamente fue suficiente para que unas beatas se pasaran toda la
mañana intentando sacar el sol en chiquihuites.
Apareció otra deficiencia que daba al
traste con la belleza de la cúpula en la cual, según tradición, se uso leche en
vez de agua para hacer la mezcla: una cuerda había quedado colgado de la
linternilla. Como ya no quedaba un solo andamio el problema parecía
irremediable. Entonces hablo resuelto un vecino de la otra banda:
-ya que ustedes no pueden, yo me
comprometo a quitar la soga.
Y ante el asombro de todos, empezó a
subir por la propia cuerda.
Los presentes ni pestañeaban siguiendo su
hábil ascensión. Cuando hubo llegado hasta la argolla que sostenía la cuerda,
extrajo del cinto un cuchillo y grito:
-¿desde donde la corto?
Nadie atinaba a decir la palabra y solo
un eco de la pregunta aun vibraba bajo las bóvedas.
-¡pegadito! –grito algún impaciente.
Y tras del trajo del cuchillo, se
comprobó que también en lagos regia la ley de gravitación universal…